Espirales



Los colores nacen de una espiral de llamas,
como los sutiles recuerdos de un pasado en silencio, 
y sostienen la luz que aleja el invierno de tus brazos.

Valor, valor por la luz escondida en los rincones,
y que con docilidad se aleja en un halo de suspiros,
mientras las estrellas se apagan a su alrededor.

La oscuridad crece en el espacio vacío de tu mirada,
y el tiempo se retuerce en columnas de de cadenas, 
que ascienden a los cielos en busca del coro de las voces olvidadas. 

El camino se hace lejano, y los susurros de la luna caen en discordancia,
atados con leves cabellos de los destinos infinitos, 
sus cenizas dispersas en el viento.

Toda alma contiene el susurro de la esperanza,
la eterna promesa de una tarde lánguida ante las olas del mar,
una explosión de flores abiertas que se marchitan en su ciclo imparable. 

Vuelan, vuelan altas las palomas de negro petróleo,
de sus alas gotean las lágrimas de los gigantes dormidos,
abierto el pecho y el corazón de diamante blanco roto. 

Y gritan las calles, en su furor de piedra y eternidad,
que la luz ha muerto y que sus hijos se dispersan por las esquinas más oscuras,
aguardando a devorar el alma de la hojas abandonadas. 

Tal vez sea tarde ya para dejar de temer el futuro de torres de cristal y acero,
o pronto para la nostalgia del otoño y sus bermellones en cobre y llama,
mientras los días se dirigen incansables hacia el precipicio de tus labios.

Cansado el caminante, se sienta al borde del arroyo,
el bastón ya roto y el alma cansada,
mientras los colores se apagan en una espiral de llanto. 

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