Esfinge en rima y acertijo
Son tres las sombras de la esfinge que habitan en mi cuarto:
La primera, el niño recién nacido, la segunda, el adulto ya crecido,
y la tercera, en el invierno, el anciano un tanto desvencijado.
Siempre al dormir las observo con recelo,
la mirada franca y el ojo reservado al tiempo,
mientras que el tic de los relojes me marca el tac de los corazones.
Al alba, me pregunta la esfinge:
¿cuál es tu temor, hijo de la noche?
¿qué es eso que tu alma adolece?
Dime, ¿quién te provoca miedo?
De mis sombras de olvido,
¿Cual es la que más horror te sugiere,cual de ellas despido?
¿Temes el sonajero del niño enfermo?
¿Será tal vez el traje manchado de la sangre del adulto callado?
¿O quizás, la decadencia del viejo babeante y de su propia tristeza manchado?
Responde, criatura de frágil carne tallada,
pues la oscuridad de tu ventana ya torna del Sol su llamada,
y me ciega los ojos hechos de esmeralda y titanita acendrada.
Y yo, que me incorporo con la manos temblorosas,
destapado de los sueños y muerto del frío, me arropo en mis sábanas,
y sin voz, digiero mis palabras con arrogancia casi tortuosa.
Nunca preguntas, Esfinge, por la cuarta sombra que aguarda en el rincón,
por la que, vistiendo de blanco, y con la sonrisa de la traición,
espera sentada un fallo, un traspiés, para hacerme de su mesa, gustosa guarnición.
¿Por qué nunca preguntas, Esfinge, por la sombra que me acecha torva,
que pasea por mis sueños con libertad y sin limitación alguna,
que acaricia mi aliento con esa fea y triste guadaña suya?
Esa es, sin lugar a dudas, de todas las sombras, la que más temo,
su sonrisa huesuda y sus manos envueltas en oro,
destino de todos, salvación de pocos, a tu saber me confío.
Apártala de mi, Esfinge, que se me acerca,
y sus labios colgantes me susurran los ríos que mueren en cascada,
como si fuese pollila ella y yo, lámpara casi extenuada.
La Esfinge no responde, muda como está de puro terror,
de sus garras, las cenizas, no son más que un resplandor,
y el tenue encendido de las calles es un distante fulgor.
Tres son las sombras de la esfinge que moran en mi habitación:
el bebé que llora sin ton ni son, el adulto que se refugia en su negación,
y yo, que llegué aquí en contrariada declaración.
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