Toledo. Noche 1
La noche estaba callada, y en las maderas aullaba tu voz;
Un susurro tan distante que ya ni puedo recordar, blanco como armiño y lobo real;
Y sin embargo respirabas, con tu boca sobre mis olvidos, con la mente bailando en sinfonias de hojas marchitas;
Eran tus manos cielos de negro sobre estrellas,
Las cortinas amarillas que chillaban en su agonia,
La cama crujía y tus muelles saltaban por las paredes.
Y sin embargo, la noche estaba muerta, y la oscuridad me anegaba,
Un simple escorzo de tiza negra sobre el dorado de sus ojos,
Voces al final del pasillo y puertas que cantan al cierre.
Mi maleta estaba en el suelo, abierta, con las esperanzas desparramadas,
Y sus ruedas rojas en escamas de cielo se volvian risueñas a mi paso,
La ropa volcada y manchada de la sangre de tus labios
Los perros aullaban, los gatos paseaban su elegancia en azabaches elocuentes,
Con la mirada brillante y en colores negativos,
Y escondidos, los arboles cantaban los secretos de las flores.
Y la noche estaba quieta, como expectante,
Agonizante dorado en medio de las muchas manchas,
Nube azul de color pardo y azafran dulce.
Y la noche, estaba esperando, ya llorosa,
En su armonía de cuerdas de luna y lagos claros,
Mientras el mundo dormía, y tu, respirabas.
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