Odio Argentina
Respira. Respira. Suspira.
Vale, no tengo miedo. No estoy temblando.
Mi corazón late a mil primaveras por segundo. No. Solo respiro.
No tengo miedo de que te acerques con esas manos tuyas, hechas de caricias,
ni temo tu respiración cerca de mi boca, ni tus labios pegados a los míos. No
Y qué decir de esa mirada burlona que desnuda mis ojos, y rebusca entre sus colores.
Como la presa ante el cazador, no me quiebro ni muestro indicios de querer huir.
Tal vez sea porque no quiero, o tal vez porque tu cama nos llama a gritos,
y la noche se abalanza sobre las velas del salón, como un lobo de ojos de estrella.
Ya sabes lo que te he dicho, entre risas, mientras bebíamos juntos,
tirados en la hierba de tu jardín, mientras el viento se revolcaba entre nuestra lujuria, aún dormida,
"No soy fortaleza fácil de dominar". "Mi corazón es de piedra, y mis nervios, de acero. No me [gobernarás"
Y con el caer de la tarde, con tus ventanas abiertas y mis sueños desvaídos,
con el corazón herido a pecho descubierto, la juventud airada, y el alma deseosa,
con tus juegos y tus palabras, me encuentro en mi propia espiral de nácar y sábanas en el suelo.
Pero no solo las sábanas, mi vergüenza y tus desvaríos de un loco cuerdo se hallan esparcidas por la [noche, no,
mi ropa también, y tus pantalones, y tus bóxers, y solo dios sabe que más cosas hemos tirado,
la furia rota en miles de suspiros ahogados, y tu boca en la mía, como tabla de salvación.
Ahora si tiemblo. Ahora sí tengo miedo, tumbado en tu cama,
con el cuello descubierto como cordero indefenso en el matadero,
mientras tu cuerpo hace estragos en cada tibia nota, en cada frío acorde, que compone mi piel.
Oh, pero yo también soy ira, tormenta y oleaje, y contra las esquinas de tu cuarto rompo mis deseos,
tu contra la pared, yo contra el silencio, y en vano luchamos en un vaivén de gemidos agonizantes,
como una estrella moribunda condenada a alcanzar el amanecer del invierno.
Te deslizas entre mis manos, entre cada uno de mis pecados,
mientras tu sonrisa de chulo, de putero, de niño malo con un caramelo escondido,
destella entre las sombras de las cortinas, que se baten contra las fugaces luces del alba.
Y sí, la noche ya era vieja cuando tus labios murieron en mi boca,
cuando ya sin temblores, el mundo se desmoronaba en pináculos de sol y nubes sangrantes,
y nuestros cuerpos, nuestras canciones, yacían descompuestas en la jaula de mis sueños.
Ya no tengo miedo. Ya no tiemblo.
Suspira. Suspira. Respira.
Vale, ahora ríete. Suelta una carcajada tan profunda como el canto de los cerezos en Granada.
Ya no tengo miedo. Ya no.
Porque te vas. Y como te vas, yo sabré olvidarte.
Odio Argentina, Buenos Aires, y a ti. Especialmente a ti, sobre todas las cosas.
Comentarios
Publicar un comentario