Al atardecer


¿No sientes el frío de la niebla en los huesos?
¿No ves los bosques en su otoño, apesadumbrados por el vuelo y caída de las nubes?
Cantan las hojas una sonata de humo y espejos de cristal de cuarzo y flor marchita.

Su voz se alza por encima de la melodía de una película vieja,
y cuando el carrete de mi cámara se acaba, y la poesía se vuelve negra en sus alas de cobre,
pero yo confío en los acordes de las palomas que se arrastran por el petróleo.

Sus picos de teja roja están rotos, y por sus heridas sangran las lágrimas de mis ojos,
porque la lluvia canta en los rincones de la pradera de campana de plata y sonido de estrella,
pero yo no puedo alcanzar el horizontes de mis desvelos, y el silencio ya no me responde.

He callado en la proximidad de los abrazos de una noche vestida de fiesta sin control,
he dormido en las manos de una enredadera que canta a voz en grito los secretos de un amanecer                                                                                                                                                        [lejano,
y he vuelto mis ojos ciegos al terror de un libro sin tapa y una puerta sin goznes.

Pero las flores cantan en el estío,
y sus pétalos en el viento son guitarras de palisandro y jazmín morado,
porque el fuego de su polen es ahora ceniza y llanto sin reservas.

He vestido los mármoles de luto por la vanidad de los ruiseñores,
y baila el vacío con las eternas sonrisas de los relámpagos tormentosos de una mañana de primavera,
porque siempre volvemos a lo bello con los labios rasgados y la ropa empapada de rocío y semillas.

Gritan, gritan los apóstoles de los siete pecados al cielo ya enmudecido,
y tienen el pecho abierto y lleno de rosas negras, pero no tienen corazón,
porque sus almas les fueron robadas cuando aún dormían, y nadie contemplaba la luna ahogada.

Y en la tarde, sueñan los cementerios que sus lápidas están hechas de hierba,
que sus huesos son las raíces en un entramado de esperanzas, que se cuelan por las grietas de barro,
y que las mentiras van a descansar allí donde se pone el mar, y termina el sol.

En este atardecer, cuando las luces se apagan, miente,
miente sobre el amor, la vida o la felicidad, sobre la amistad o el brillo de los colores,
miente mientras puedas, en susurros o a voz en grito.

Mientele tus verdades al atardecer, porque la oscuridad no te escuchará.
La oscuridad es ciega, sorda y muda,
y como tal, te devorará.



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