Cristal y espejo.
Creo que en verdad, yo soy tú, y tú eres yo. Así de sencillo.
Simple, sin ritmo ni palabras lisonjeras.
Mi frase, mi sentencia, es clara y firme como un tatuaje de tinta negra adherido a tu piel.
Tantos poemas escritos, tantos versos tirados a la basura,
olvidados en el devenir de las noches en vela y nacidos de polillas ruidosas,
todo por un estúpida promesa tan antigua como nosotros, y tán frágil como el cristal.
Cristal por el espejo que siempre olvidas,
que recuerda tu reflejo en el humo de tus cigarrillos incansables,
y destila la paciencia de una hoja rota en vuelo hacia Orión.
Tus ojos han visto más allá de las noches en vela, de guardia temblorosa,
el alma en llanto y las manos como quebradas, frías y vacías de esperanza,
rozando las luces del amanecer con la parsimonia y lentitud del reo de muerte.
Tu patíbulo se erige en guillotina,
ahorcada la última palabra en mis labios,
y los alientos tirados en el suelo, revolcándose entre todas mis hojas enmohecidas.
Y claro, sé todo esto, porque tu eres yo, y yo soy tú.
Sin complicaciones, ni cultismos, ni palabras exageradas.
Lo sé, como un niño sabe que el aire es dulce, y que el fuego, da caramelos. Lo sé porque lo sé.
También sé que eres el lamento de los ciervos plateados en la noche de caza,
huyendo siempre de tu Arcadia, de tu hogar,
y dejando atrás ese sentimiento que ardió como las flores en un cementerio.
Eres Alicia, en su país de pesadillas,
encerrada en una torre de cadenas de cristal y nubes de tabaco,
con la respiración pesada, la música descompuesta y muerta bajo tus tacones.
Eres los ojos que, chico, siempre mienten,
confundidos entre las sombras de esos miedos tan preciosos,
tan destellantes y sórdidos como las puertas cerradas que son tus labios.
Eres el para tí, el para Elisa de un generación de espectadores silentes,
de televisiones en baile y fuga de Haendel... ¿o era de Twchaikovsky?
mientras los libros arden en tus estanterías y la temperatura llega a Fahrenheit 451.
Eres... que sé yo qué eres. Eres un Complemento de Régimen,
de esos que nadie sabe analizar sintácticamente,
un límite tendiendo al infinito, o la mirada enigmática de un gato callejero.
Eres la mar en la que se ahoga el cuerdo, y nadan el loco y el desgraciado.
el atardecer vestido de calle y con la sonrisa que refleja las estrellas.
Eres el crescendo de mis pulmones, limpio y claro como el color de tus ojos.
Creo que, realmente, yo soy tú, y tú eres yo. ¿O es al revés?
Creo que este es mi último poema para tu piel, y espero que lo olvides.
Pero antes tatuátelo muy dentro, allí donde nadie, ni nada, pueda romper el espejo que te regalo.
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