Del silencio y sus colores
He caminado incontables calles, enfundado en mi pena,
mientras que Madrid llueve a mi alrededor,
solo, destrozado, muñeco de trapo harapiento.
Te he buscado incansable, mientras que de tu boca no sale más que silencio,
el silencio que desgasta el alma con la dulzura de esos ojos tuyos,
esa mirada que se llenan de los colores tardíos de otoño.
En mi mano, aprieto el primero de mis silencios,
la flor roja que me regaló aquel vagabundo en el metro,
y a cambio, mi sonrisa y unas palabras de consuelo.
Es de papel basto y rudo, pero sus pétalos delicados son casi cortantes,
y sus alientos me recuerdan lo que una vez dejé atrás por seguirte,
la caída de los sueños, la casa rota bajo el peso de la podredumbre.
Este silencio mío, esta llamada del alma,
esta flor marchita de esperanza, se moja bajo la lluvia,
y entre mis manos se va deshaciendo en pedazos de besos muy pequeñitos.
En la otra mano, apretada en el bolsillo de mi abrigo,
tengo el segundo de mis silencios para tí,
la carta en blanco y tinta de pluma que a ti te reservo.
Este silencio es más viejo, más cansado,
como los días nublados, cuando nos sentábamos juntos en aquel parque,
y desafiando las hojas de un otoño traidor, reíamos bajo tu bufanda.
Este silencio segundo, este silencio mío,
es de color estrella, de color espuma de mar, de color Roma al amanecer,
por todos los besos que dejé de darte cuando los canales de Venecia nos hicieron perdernos.
He caminado, por ti, todos los rincones de esta ciudad,
mientras que la tarde se metía entre mis huesos y tiraba de mí hacia abajo,
y el viento me aullaba tu nombre entre los estertores de nuestra primavera moribunda.
Estos son mis silencios y sus colores,
cada uno fruto de lo que fue y nunca más volvió a ser,
la carta y la flor, la llama y el recuerdo.
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