Los ojos, chico


The eyes, chico. They never lie.


Los ojos, chico, nunca mienten.
Hubo alguien en el pasado que decía que son la ventana del alma,
que por ellos se escapan los sentimientos como alondras primaverales.

Los ojos, chico, sí que mienten.
Desde amaneceres grises como el acero de una despedida,
hasta atardeceres que se desmoronan en castillos de naipes doblados.

Si buscas la verdad en un balcón a Malasaña,
encontrarás el humo de los poetas muertos y borrachos,
el ácido olor de un café que alguien se dejó abandonado en un esquina destartalada.

Y te pido perdón por ello, por el amor que se nos ha muerto,
por la terrible distancia que nos separa,
porque mis ojos, chico, te están mintiendo.

Azules como el oceáno profundo y traicionero,
o verdes como Lorca en su poesía eterna,
todos los ojos, sumidos en la melancolía, aguardan para ser retratados.

¡Y de verdad que sé que estás ahí, al otro lado de la línea,
respirando fuerte, como si quisieras alejar todas mis palabras,
como si el mundo hubiese terminado de coser el hilo de tus sueños!

Pero como te decía, los ojos, chico, nunca mienten.
O quizás mienten sobre que mienten,
o simplemente es que esta poesía se está muriendo como nuestro amor.

No lo sé, porque tengo la mente ciega, y las manos mudas,
y tu piel está tan lejos, tu cuerpo tan frío,
tus palabras tan rotas como los espejos de Alicia y su País de Pesadilla.

Solo sé que quiero correr, esconderme, dejar que el invierno me acune en los tibios brazos del adiós,
que los fríos del callado caminante me arrastren por el Retiro en una danza insomne,
que tus pasos dejen de resonar en las calles de mi memoria.

Los ojos, chico, siempre mienten,
los libros nunca tienen finales felices,
y las fábulas siempre acaban con la muerte de Caperucita.

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