Nácar y coral
Es dulce como las notas deslizándose por el piano,
como una suave melodía en medio del infinito silencio que nos rodea,
como si un canto se apagara lentamente en la noche estrellada.
Es un gemido que se alza hasta convertirse en armonía,
es furor libre, vagando como fantasma por las costas de tu piel,
como si el mundo susurrara su nombre a plena voz
Sentir sus caricias en la piel, con la manos de tonalidades en seda,
y sus ojos profundos como la luna ahogada de mis cuentos,
siempre calmada y éxtatica, perdida en sus propios sueños.
Es mujer, y hombre, y niño, y anciano,
es sabia, antigua, terrible, dolorosa como el lamento de los cisnes,
sibilante, hermosa, furia en zafiro y espuma.
Y cuando, en voz baja, me cuentas tus historias,
de como la sirenita perdió el norte, y se casó con un ahogado,
de como los corales se mecen al compás de tu dolor.
Y cuando en voz muy, muy queda, acaricias mi oido,
y me cuentas con la voz llorosa tus penas y tus alegrías,
como los vientos beben tus aguas perdidos de amor, te entiendo.
No eres de nadie, mas que mía, y de todos,
amante veleidosa, la ira y la rabia que tan humana nos parece,
el piano que se rompe, el violín que se resquebraja.
Eres mil respuestas, eres toda pregunta,
eres la perdición, pues en tu sonrisa yacen las mareas,
eres diosa de nácar y piedra, de alga y salitre.
Y te veo, tan hermosa, desperezarte en la arena,
con tu cabello celeste mojado, las manos inquietas que no cesan de danzar,
exigiendo mi nombre y mi amor.
Sueña el necio con volar,
sueña el cuerdo con la libertad,
y el loco...el loco, sueña con la mar.
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