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Gloriana Regina

Sentada en su trono de marfil y canciones ya olvidadas, con la tarde en corona de rayo y espina, soberbia, eterna, la reina aguarda el movimiento final. Es orgullo y parangón de violencia, los ojos inyectados en la sangre de sus sirvientes, y sus peones están ya distantes sobre el tablero con el sacrificio pintado en las caras. Han caído el caballo y la torre en vano frente a una lágrima de impotencia, y el mundo contiene el aliento ante la gracia y la crueldad de los vientos de la guerra, pues en su sombra nacen los tambores de una insomnia plateada. Las trompetas cantan su son de metal y estruendo en tercer acorde de clamor, el pentagrama roto en mil pedazos, mientras las estatuas bailan entre los rayos del sol, moribundo monarca que ha perdido la partida contra las estrellas. No habrá victoria alguna en la Niké de Samotracia, sus alas blancas arrancadas, el humo negro de los pétalos carcomidos por el invierno traidor que ascienden al cielo, y los ángeles cantan el

Les adieux

Va-t'en, va-t'en, rends-moi à mon pintemps toujours vivant, à la solitude du brouillard dans les cristaux, à la pluie monotone et ses chansons d'avenir brisés. Allez aussitôt, et laissez l’été oublier votre nom et vos yeux de charbon ardent, que tes roses rouges ne sont que noir et leurs épines d'or, parce que vos mots sont du vent, et comme tels, ils s'envolent toujours. Tu es venu pour apporter chaque silence que je pensais oublié, chaque goutte de douleur et de rage que j'ai enterrée dans le jardin de l'innocence, et maintenant, mes pieds saignent parce que je marche nue sur le goudron d’une rue abandonnée.

Despedida

Perdí el orgullo tanto tiempo atesorado, las murallas se convirtieron en bosque, y mi tiempo comenzó a cantar en versos de cristal y balcón, pero mi cabeza gritaba y negaba la primavera que me traías. Era todo una falsa promesa, de verano quemado y mayo entre sábanas, como si tus juguetes no bastaran para divertir tus sonrisas, callada la mirada que cree que puede robarme el aliento. Tronan las trompetas del cielo sin estrellas, y rugiendo, se alzan las flores en sinfonías de colores, eres la perdición de cada una de mis penas y alegrías. Eres cada infinita posibilidad de destrucción, y por eso has llegado para alzar una torre de marfil y besos seguros,  arrasando cada una de mis barreras que tanto me costó sostener. ¿Por qué? ¿Porque hablas como si fueses un mundo de sueños? No eres mejor que los demás, ni tus abrazos traen más seguridad, y es que sé que eres el lobo disfrazado de Caperucita Roja. Vete, vete, devuélveme a mi siempre vivo invierno, a la soledad de

Caminante

Érase una vez un  caminante que vagaba por el campo, perdido entre las sombras de la caída de las flores, con las manos aferrando su viejo cayado de madera de encina. Su camino estaba ya andado, y sus pisadas parece que son las mías, pero su ventaja es del tamaño de 60 inviernos, y sus ojos atesoran todas las tardes de verano que este mundo ha visto. El caminante está cansado, y sus eones le pesan sobre los hombros como montañas, pero su boca aun conoce el sabor del viento, y sus manos tienden con firmeza hacia el infinito que siempre le rodea. Sus silencios son vastos, y a veces, toscos, como si fuera un pedazo de madera que se talla poco a poco, y el mismo tiempo esculpiese sus anchos caminares. Sin embargo, nada para al silencioso caminante, ni la noche envuelta en la duda y el pesar, ni el sol radiante de  vuelta de hoja y palabra de nube. He visto mil estrellas en su mirada de ámbar y bosque, la voluntad y la libertad de un pájaro que ha nacido anciano, con

Al atardecer

¿No sientes el frío de la niebla en los huesos? ¿No ves los bosques en su otoño, apesadumbrados por el vuelo y caída de las nubes? Cantan las hojas una sonata de humo y espejos de cristal de cuarzo y flor marchita. Su voz se alza por encima de la melodía de una película vieja, y cuando el carrete de mi cámara se acaba, y la poesía se vuelve negra en sus alas de cobre, pero yo confío en los acordes de las palomas que se arrastran por el petróleo. Sus picos de teja roja están rotos, y por sus heridas sangran las lágrimas de mis ojos, porque la lluvia canta en los rincones de la pradera de campana de plata y sonido de estrella, pero yo no puedo alcanzar el horizontes de mis desvelos, y el silencio ya no me responde. He callado en la proximidad de los abrazos de una noche vestida de fiesta sin control, he dormido en las manos de una enredadera que canta a voz en grito los secretos de un amanecer                                                                                 

Cristal y espejo.

Creo que en verdad, yo soy tú, y tú eres yo. Así de sencillo. Simple, sin ritmo ni palabras lisonjeras. Mi frase, mi sentencia, es clara y firme como un tatuaje de tinta negra adherido a tu piel. Tantos poemas escritos, tantos versos tirados a la basura, olvidados en el devenir de las noches en vela y nacidos de polillas ruidosas, todo por un estúpida promesa tan antigua como nosotros, y tán frágil como el cristal. Cristal por el espejo que siempre olvidas, que recuerda tu reflejo en el humo de tus cigarrillos incansables, y destila la paciencia de una hoja rota en vuelo hacia Orión. Tus ojos han visto más allá de las noches en vela, de guardia temblorosa, el alma en llanto y las manos como quebradas, frías y vacías de esperanza, rozando las luces del amanecer con la parsimonia y lentitud del reo de muerte. Tu patíbulo se erige en guillotina, ahorcada la última palabra en mis labios, y los alientos tirados en el suelo, revolcándose entre todas mis hojas enmohecidas.

Se han acabado nuestros días en Madrid

Ayer te dieron la extremaunción, hoy te escribo esta, el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo, llevaste la vida sobre el deseo que tenías de vivir. Ayer te dieron la extremaunción, y hoy me duele el silencio en el pecho, Y el cristal que nos separa me quema las manos, tu ausencia pintada en los susurros callados de las paredes azules. Ahora tu voz se va, lejana, por las calles del Madrid que tanto amabas, Vestida del verde de las hojas de nuestro balcón, Como si la primavera ya nunca fuera a abandonar tu risa. "El viaje no concluye aquí" me dices mientras te pones el abrigo que tanto te gustaba llevar Con los ojos dibujados como estrellas en los espejos del salón, Y tu reflejo está fijo en los mil bailes que ha visto nuestra memoria. Y estás tan calmada, tan sencillas las manos que reposan en suaves notas en piano, Con la mirada fija en aquella noche en la que reiste, y bailast