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Mostrando entradas de febrero, 2019

Ag

Litio, sodio, potasio, rubidio, cesio, francio gritos, gritos de colores violetas en las esquinas de mi cuarto, Berilio, magnesio, calcio, estroncio, bario, radio. Quemas todo lo que tocas con tu fuego de color plateado, y el cielo se cae desde la curvatura de cada estrella que robaste de mis ojos, tócame con tu tacto de gasolina y carretera vacía y llena de arena. Te dejaré experimentar con cada una de mis moléculas, y mis átomos se rendirán a tu cuerpo, que no duerme, callando cuando el amanecer despierte entre mis gemidos ionizantes. Viajaré por cada uno de tus orbitales, formulando mis dudas en 2s2, 2p6 y 4d10, me beberé las lágrimas de tus electrones de valencia, cuando te des cuenta de que nuestra cama está vacía, y las sábanas, frías. ¿No querías jugar conmigo? Pues arde en tu propio metano, explota con la dinamita, que ya no te servirá de nada el tenderme tu mano argéntea, ni tus labios dorados. Hierro, cobalto, níquel, suben las canciones dentro de mi cab

Toledo. Noche 2, duermevela y ensoñaciones

Mi pantalla ilumina la habitación, y el tenue suspirar de la television llena el vacío de la noche, Perfila en mis pies la forma de un amante ya huido. Hoy, esta vez, la noche no está. Parece que se ha marchado, lejos, a donde no pueda encontrarla, Y las luciérnagas encerradas rompen su desenfreno en cristales. Se me caen las pestañas sobre los ojos, Y he llegado a imaginar que la noche es en verdad dia, y que respiro colores mas allá del vacío, Pero todo es falso, y mis sabanas crujen en protesta por mis desvelos. Mi cuerpo se vuelve grande, como pesado y liviano a la vez, Y me pregunta mi consciencia, en duermevela voluntaria, con la voz suave y aguda, "Señor Pedro, ¿puedo ayudarle?" Me sobresalto, apoyada mi cabeza en la madera de la pared, Porque sé que sueño, y temo ceder al caos de mis recuerdos ya mezclados y servidos, Porque temo el alba con sus colores vacuos y sus palabras tardías. En esta ocasion, la noche no está, ni se la espera. Al parecer

Toledo. Noche 1

La noche estaba callada, y en las maderas aullaba tu voz; Un susurro tan distante que ya ni puedo recordar, blanco como armiño y lobo real; Y sin embargo respirabas, con tu boca sobre mis olvidos, con la mente bailando en sinfonias de hojas marchitas; Eran tus manos cielos de negro sobre estrellas, Las cortinas amarillas que chillaban en su agonia, La cama crujía y tus muelles saltaban por las paredes. Y sin embargo, la noche estaba muerta, y la oscuridad me anegaba, Un simple escorzo de tiza negra sobre el dorado de sus ojos, Voces al final del pasillo y puertas que cantan al cierre. Mi maleta estaba en el suelo, abierta, con las esperanzas desparramadas, Y sus ruedas rojas en escamas de cielo se volvian risueñas a mi paso, La ropa volcada y manchada de la sangre de tus labios Los perros aullaban, los gatos paseaban su elegancia en azabaches elocuentes, Con la mirada brillante y en colores negativos, Y escondidos, los arboles cantaban los secretos de las flores. Y

Fall in line

Pequeña, escucha estas palabras, que vienen cargadas de cadenas, porque nadie te lo va a decir, y lo sufrirás, el dolor de una prisión de mentiras y miradas escondidas. Serás el lamento de los ciervos plateados en la noche de caza, serás la luna al cielo robada, serás la ventana rota y las hojas marchitas de rojo sangre. Tu mente verás escondida en un pequeña botella, y cada palabra volará atada por las alas de Ícaro, su cera ardiente aniquilada por el azul del techo de tu caja. Y rezaré porque tu marcha se detenga en los barrotes, porque contemples el mundo desde tu pequeña estrella, y entiendas el susurrar de las canciones rotas que te regalo. Las cosas perdidas se ven distantes desde esos prejuicios tan bonitos, cuando se ponen las armonías, y desnudas tus pechos, y la cama te llama con la pata quebrada y las cuerdas podridas. Pequeña, pequeña, te han encerrado, y tus cabellos son arcos de luna líquida envuelta en meteoros, las flechas que adornan tus labios

Puertas

Suspiro. Es muy breve, como capturar una mariposa en su vuelo, Vuelvo a suspirar, y noto el frío en la manos y la cara en llamas, Y tan solo la noche me observa. Estas lineas nacen y mueren de la calle,  con sus mil ventanas en vela, y sus puertas, calladas, que son entrada de la color de los cielos violetas. En sus jambas reside mi deseo, en sus cerraduras, los ojos tuyos, Tan negros y tan fieros como el carbon que arde en ellos, En tenue ascua se transforma, mientras que las llaves se caen de su cofre, Y las escaleras, como dientes en tu boca, Besan el aire vacío con una mueca de asco. En madera y bronce, en piedra o cristal, Siempre atentas, siempre firmes, Como árbol recién talado, que en su agonía, rie. Y susurran en su silencio, como notas en acorde Las gaviotas lejanas, y el mar tan cerca, Abierto su azul de zafiro y plata espumosa. Sus luces se apagan a mi paso, Y las risas se extinguen, mientras la ciudad se duerme, A mi alrededor no queda sino baile

Apollo

Había pirámides extendidas por todo el desierto, el sol latía en pulsos de calor nuclear, y yo tenía sentía la sed que me quemaba por dentro. Era como la sed de las nubes cuando llueve, como el mar cuando avanza por la costa para jugar con los castillos de arena, y vivía en mí, aferrado a unas pocas gotas de sangre diluida. El oro caía de mi pelo, y en su ardor la arena se enfriaba, y el siroco se revolcaba entre las dunas mientras que la ciudad se hundía, y yo solo podía mirar, y la sed crecía. Lloré mi alma, me arranqué la ropa, y mudo, alzando mis manos, gritaba ansiando agua, pero el azul del cielo no me respondió, tampoco lo hicieron las zarzas secas. Seca estaba mi piel, y mis ojos cerrados en cortina, con los labios quebrados, y el océano era en ellos,  mientras las constelaciones giraban en su ciclo de cristales rotos. Supliqué a los dioses ayuda, a los demonios pedí auxilio, pero solo estaba el Rey en su Trono de muerte, y su silencio retumbaba en mis oí

Un recuerdo

Todo estaba pintado de blanco desinfectado, y la habitación chillaba como atrapada en un bucle infinito,  siempre llena de esas silla azules que huelen a alcohol y guantes de plástico.  Había color, sí, más allá de la ventana rota y de sus ojos velados, no quedaba música ni voz que me agarraran, y yo solo caía y caía, como si la cama no tuviera fin. La parálisis se extendía por todo mi ser,  mis manos se paraban en cada respiración, en cada uno de los grises que no podía dejar de mirar. Impasible, ante una obra que se derrumbaba, solo podía danzar con mis labios sobre una frase, sobre esa palabra que se había escondido en un rincón pequeñito y apagado.  Y la lluvia no mojaba, y los ríos no corrían, y la luna era azul como esas horribles sillas, y ellos solo me pedían que me sentara, que respirase. Mi miedo era alado, sus plumas hechas de carbón dulce, de noches rotas y estrellas apagadas, de esos alientos que se vuelven lejanos en una de