Suicidio en 4ª persona
Hace un tiempo que contemplo al chico que se mira en el cristal, intentando adivinar cual es la vena adecuada, con la papelera bien cerca, por si acaso hace falta no salpicar. Siempre callado, vagando por las calles como una sombra olvidada, con la cara pálida y el reflejo vuelto hacia las estrellas, y su sonrisa no es más que la mueca de una escalera torcida. Su sonrisa está torcida, sí, por el peso de sus breves años, de las innombrables tormentas, de los rayos desgarradores, del rock duro y las lágrimas secas, como ese clavel que se marchita en un rincón de su cuarto. A veces este chico me busca, pero nunca ha sido capaz de encontrar mis ojos, y últimamente su bufanda verde ha dejado de resonar en el gris de las calles, como si sus pisadas ligeras ya no tuvieran fuerzas para dar un paso más. Y su soledad es tan grande, tan vacía, tan burlona, y su casa está tan oscura y triste, que cuando abre la puerta solo escucha el tronar del silencio,