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Mostrando entradas de abril, 2019

Al atardecer

¿No sientes el frío de la niebla en los huesos? ¿No ves los bosques en su otoño, apesadumbrados por el vuelo y caída de las nubes? Cantan las hojas una sonata de humo y espejos de cristal de cuarzo y flor marchita. Su voz se alza por encima de la melodía de una película vieja, y cuando el carrete de mi cámara se acaba, y la poesía se vuelve negra en sus alas de cobre, pero yo confío en los acordes de las palomas que se arrastran por el petróleo. Sus picos de teja roja están rotos, y por sus heridas sangran las lágrimas de mis ojos, porque la lluvia canta en los rincones de la pradera de campana de plata y sonido de estrella, pero yo no puedo alcanzar el horizontes de mis desvelos, y el silencio ya no me responde. He callado en la proximidad de los abrazos de una noche vestida de fiesta sin control, he dormido en las manos de una enredadera que canta a voz en grito los secretos de un amanecer                                                                                 

Cristal y espejo.

Creo que en verdad, yo soy tú, y tú eres yo. Así de sencillo. Simple, sin ritmo ni palabras lisonjeras. Mi frase, mi sentencia, es clara y firme como un tatuaje de tinta negra adherido a tu piel. Tantos poemas escritos, tantos versos tirados a la basura, olvidados en el devenir de las noches en vela y nacidos de polillas ruidosas, todo por un estúpida promesa tan antigua como nosotros, y tán frágil como el cristal. Cristal por el espejo que siempre olvidas, que recuerda tu reflejo en el humo de tus cigarrillos incansables, y destila la paciencia de una hoja rota en vuelo hacia Orión. Tus ojos han visto más allá de las noches en vela, de guardia temblorosa, el alma en llanto y las manos como quebradas, frías y vacías de esperanza, rozando las luces del amanecer con la parsimonia y lentitud del reo de muerte. Tu patíbulo se erige en guillotina, ahorcada la última palabra en mis labios, y los alientos tirados en el suelo, revolcándose entre todas mis hojas enmohecidas.