Se han acabado nuestros días en Madrid



Ayer te dieron la extremaunción, hoy te escribo esta,

el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan,

y con todo, llevaste la vida sobre el deseo que tenías de vivir.


Ayer te dieron la extremaunción, y hoy me duele el silencio en el pecho,

Y el cristal que nos separa me quema las manos,

tu ausencia pintada en los susurros callados de las paredes azules.


Ahora tu voz se va, lejana, por las calles del Madrid que tanto amabas,

Vestida del verde de las hojas de nuestro balcón,

Como si la primavera ya nunca fuera a abandonar tu risa.


"El viaje no concluye aquí" me dices mientras te pones el abrigo que tanto te gustaba llevar

Con los ojos dibujados como estrellas en los espejos del salón,

Y tu reflejo está fijo en los mil bailes que ha visto nuestra memoria.


Y estás tan calmada, tan sencillas las manos que reposan en suaves notas en piano,

Con la mirada fija en aquella noche en la que reiste, y bailaste, y fuiste la propia vida,

Cuando solías cogerme de la mano y llevarme de paseo por tus recuerdos.


Ahora hay orquídeas blancas en tu pelo,

florecidas en el entramado de una mañana rota y una tarde de despedidas,

como si cada momento de dolor fuese un cerezo más que floreciese allí donde caían nuestras tardes de mayo.


Ayer te dieron la extremaunción, y hoy se pone el Sol en Rosales,

y cada pedacito tuyo que queda en esta ciudad se escapa a ese rincón, situado en el hueco entre tres calles, y frente a una fuente,

en el que huele a primavera y a lluvia.


Ayer te marchaste, leve y callada,

mientras que el mundo chirriaba sus voces en papel de hojalata,

y los claveles se marchitaban en su vaso de plástico.


Abuela, hoy se nos han acabado nuestros días en Madrid.

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