Fragmentos



He visto tantas cosas perdidas,
pequeños fragmentos de personas a la deriva,
solas en medio de la multitud sin piedad, sin cara.

Sollozan, en su abandono, con la voz queda y pequeñita,
como el tenue ruido de la lluvia al golpear las baldosas de mi patio,
 con su ritmo monótono y gris.

Pasados los días, estos trozos de almas se desvanecen en el amanecer,
cuando nadie mira y todos duermen,
cuando el sol alza sus ojos llorosos desde su lecho de estrellas.

Una vez atrapé uno de esos trozos, y lo acuné con suavidad,
mientras mi aliento lo protegía del frío,
y mi cuerpo le daba refugio frente a las tormentas de sus sentimientos.

Pero me destrozó, alzó sus manitas hacia mí,
y de un zarpazo, me arrancó las sonrisas y las mentiras,
y con las rodillas descarnadas, me vendió en un día de pétalos sangrantes.

Con la carne sangrante y los ojos cerrados, me entregó al olvido,
a la tarde, a esa primavera de árboles torcidos y escaleras ciegas,
mientras el mundo dejaba de girar durante un solo segundo, un  segundo para mí.

Tanto le entregué a ese pedazo... a ese pedazo de mí,
que yo me rompí, y acabé vagando sin rumbo por las calles oscuras de un mundo,
la agonía en el pecho y los ojos apretados con fuerza.

Desde entonces ya no recojo fragmentos perdidos.
Ahora, con miedo, me aparto de ellos... o les doy un manotazo preventivo.
A veces incluso, los rompo con furia y llanto.

Es lo que tiene amar, sin haber sido amado... ¿no?

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